Shelley Cawley acababa de tener a su hija Rylan cuando entró en un profundo estado de coma. Ella tenía la sensación de que no saldría viva de la cirugía, y de hecho se lo dijo a los doctores. Todo terminó saliendo como ella se lo esperaba. Al poco tiempo de iniciar el procedimiento de parto, Shelley se descompensó y su estado de salud se tornó grave. Afortunadamente, la niña nació sin complicaciones y Jeremy, su padre, le dio el cariño que necesitaba apenas estuvo fuera del vientre.
Shelley fue conectada a máquinas que la mantuvieron con vida, así pasó una semana y su situación sólo parecía empeorar: tenía los pulmones llenos de líquido, por lo que casi no recibía oxígeno. Ante esto, a Jeremy se le dijo que debía tomar la decisión de si desconectarla o mantenerla con vida artificialmente. Sin embargo, no fue necesario tomar medidas drásticas, porque cuando él entró a la pieza con su bebé en brazos y se lo acercó al pecho, Shelley despertó y reaccionó al instante: